De la imitación de Cristo.

1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, vengo yo enfermo al médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al rey del cielo; siervo, al Señor; criatura, al Criador; desconsolado, a mi piadoso consolador. Mas ¿se dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de Ti? Y Tú ¿cómo te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún bien tiene por donde pueda merecer que Tú le hagas este beneficio. Yo te confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu piedad, y te doy gracias por tu extremada caridad. Pues así lo haces conmigo, no por mis merecimientos, sino por Ti mismo, para darme a conocer mejor tu bondad; para que se me infunda mayor caridad, y se recomiende más la humildad. Pues así te agrada a Ti, y así mandaste que se hiciese; también me agrada a mí que Tú lo hayas tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias acompañadas de perpetua alabanza te son debidas por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Mas ¿qué pensaré en esta comunión, cuando quiero llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar debidamente, y sin embargo deseo recibir con devoción? ¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré, sino humillarme profundamente delante de Ti, y ensalzar tu infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu majestad en el abismo de mi bajeza.3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te bajas a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por cierto sino Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al mundo.4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! y ¡cuántas gracias y alabanzas te son debidas por esto! ¡Oh cuán saludable y provechoso designio tuviste en la institución de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues Tú hablaste, y fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú mandaste.

La valentía premiada

Estaba caminando en una calle poco iluminada una noche ya tarde, cuando escuché unos gritos que trataban de ser silenciados y que venían de atrás de un grupo de arbustos. Alarmado, aflojé el paso para escuchar y me aterroricé cuando me dí cuenta de que lo que se escuchaba eran los inconfundibles signos de una lucha desesperada en la que a unos pocos metros de mí una mujer estaba siendo atacada. ¿Me debería involucrar? Yo estaba asustado pensando en mi propia seguridad y me maldije a mí mismo por el dilema ante el que estaba: ¿No debería tan solo correr al teléfono más cercano y llamar a la policía? Los gritos aumentaban. Tenía que actuar con rapidez. Finalmente me decidí. No podía darle la espalda a esa pobre mujer, aunque eso significara arriesgar mi propia vida. No soy un hombre valiente, ni soy un hombre fuerte ni atlético. No sé dónde encontré el coraje moral y la fuerza física, pero una vez que había decidido finalmente ayudar a la chica, me volví extrañamente transformado. Corrí detrás de los arbustos y salté sobre el asaltante. Forcejeando, caímos al suelo y luchamos durante unos minutos, hasta que el atacante se puso en pie de un salto y escapó. Jadeando fuertemente, me levanté con dificultad, y me acerqué a la chica, que estaba en cuclillas detrás de un árbol, llorando. En la oscuridad, apenas podía ver su silueta, temblando y en pleno shock nervioso. No quería asustarla de nuevo, así que le hablé a cierta distancia. "No te preocupes, ya se ha ido, estás a salvo", dije en tono tranquilizador. Hubo una prolongada pausa, y entonces oí: "¿Papá, eres tú?". Y entonces desde detrás del árbol salió caminando mi hija Katherine.

;;

Todo lo que respire alabe al Señor...


Padre Jaime Alberto Pérez Villegas | Template by - Abdul Munir - 2008